Pura alhaja, pura seda, te vi anoche a la salida
de aquel baile a donde fuera a lucir tu juventud,
derrochando tu belleza, tu sonrisa y tu vida
en los antros donde has visto claudicar a la virtud.
Me acordé, entonces, de aquellos pobres viejos doloridos
que en un barrio suburbano lloran siempre tu traición
y también de aquel ensueño, que por vos hube perdido
cuando el sello de tu infamia enlutó mi corazón.
Ya verás… cuando la vida
te golpee sin compasión
como se abren las heridas
y se muere la ilusión.
Que no todo es alegría,
que hay tristeza y pesar
y has de maldecir el día
que te fuiste… ¡ya verás!
Mientras tanto tus viejitos lloran solos todo el día
y yo siempre vago errante, sin consuelo y sin amor.
Vos gozás, alegremente, la enervante melodía
de algún tango cadencioso, compadrón y tentador.
Mas no es nada; que la suerte te proteja eternamente,
son mis únicos deseos, ya que estás en ese tren.
Y algún día aunque no quieras y, quizás, próximamente
en la vida desahuciada, he de verte yo también.